Hablemos del suelo III, textura

La caracterización del suelo es fundamental para determinar la forma en que aplicamos el riego a los cultivos. Gracias a esto podremos conseguir no perder agua por percolación y no provocar estrés en las raíces por abundancia de agua. Esta pequeña serie de artículos pretenden alojar cierta luz sobre los diversos factores del suelo que debemos tener en cuenta a la hora de regar.

La textura del suelo viene definida por la cantidad y el tamaño de las distintas partículas inorgánicas que forman el suelo (arcillas, limos y arenas).

En la siguiente imagen tenemos el triángulo de textura de suelos con sus 12 clases mayores y las escalas de tamaño de partículas según la USDA. Gracias a este, conociendo la presencia en tanto por ciento de cada una de las partículas inorgánicas del suelo podemos determinar la clasificación de textura del mismo.

Por separado, cada uno de los componentes de la fracción inorgánica del suelo tiene un motivo y un papel fundamentar para dar estructura a este. La arena es el esqueleto, el apoyo, la parte inerte que supone el armazón del suelo en el que se mantienen los otros componentes y un aspecto clave para facilitar la aireación y circulación del agua. El limo es posiblemente la partícula de menor importancia, pues no genera estructura y su actividad química está muy limitada. La arcilla es la fracción más activa, participando en el intercambio iónico, reaccionando a la presencia de agua en mayor o menor medida según su naturaleza y como soporte de la fracción coloidal del suelo.

Finalmente, vemos que la distribución de las partículas afectará a la retención de agua por parte del suelo y que las propiedades físico – químicas de este están estrechamente relacionadas con su textura. Los suelos de texturas más finas tendrán mayor capacidad de retener agua, mientras que los suelos más gruesos tienen mayor capacidad de aireación y/o lixiviación.